Nadie puede negar el poder coercitivo de la imagen que, en sus ejemplos más logrados, determina no sólo nuestras preferencias materiales, sino también nuestras orientaciones artísticas o incluso políticas. Nos estamos refiriendo, obviamente, a la imagen que llega en ayuda de quienes, en una sociedad que les obliga a vivir vertiginosamente, carecen de tiempo suficiente para realizar por sí mismos las diversas interpretaciones y valoraciones.
Gillo Dorfles, entendía la imagen como una «solicitación visual artificial» encaminada a despertar en el hombre determinados efectos, y que se ofrece a los destinatarios de forma quintaesenciada, resumida y desprovista de esos oropeles gratuitos y retoricismos vanos que pueden confundir a quienes sólo pueden elegir, y además con cierta rapidez, una opción determinada.
Nobody can deny the coercive power of the image which, in its most successful examples, determines not only our material preferences, but also our artistic or even political orientations. We are referring, obviously, to the image that comes to help those who, in a society that forces them to live at breakneck speed, do not have enough time to make the various interpretations and assessments for themselves.
Gillo Dorfles, understood the image as an «artificial visual solicitation» aimed at awakening certain effects in man, and which is offered to the recipients in a quintessential, summarized form, devoid of those gratuitous tinsel and vain rhetoric that can confuse those who can only choose, and also with some speed, a certain option.